La palabra” queer” era un insulto para gente rara, desviada o “anormal”, también contra lesbianas o gays, hasta que en los años 80 un grupo de personas del colectivo LGBTIQ+ decidió adoptar el termino para definirse a sí mismes, de modo que dejó de ser un insulto: “somos gente queer”. Con rebeldía y orgullo, politizadxs, reivindicaban la diversidad y rechazaban la tiranía de la “normalidad”. Subvertir el término significa visibilizar la riqueza de la diferencia.

La juventud queer parece que vive en los espacios virtuales más que en los físicos, en las grandes urbes más que en las pequeñas poblaciones. Lo queer es lo extraño, lo raro, lo que corrompe la normatividad establecida, también lo desconocido, lo oculto, sobre todo en el mundo audiovisual y las redes sociales. Hay multitud de personas inclasificables por no seguir las normas, por no encajar en estereotipos, por vivir cotidianidades distintas. Personas aisladas.

En el contexto de la isla de Fuerteventura, la juventud en una isla “menor” consta de menos oportunidades laborales y académicas que en otros lugares, por ello se ha labrado una reputación de doblemente aislada, aletargada, poco capaz. Una vez más, tal vez el problema sean los estándares de capacitación grandilocuentes y los baremos de coordinación de las instituciones que no tienen en cuenta la situación insular. Así como el gran olvido de la península hacia las islas no capitalinas.

Este proyecto pretende ponerle cara a esa gente joven, disidente de género, bichxs rarxs y otros anillos de Saturno para visibilizarnos, mostrarnos, ocupar espacio y dejar claro que estamos aquí pese a quien le pese. También romper con el imaginario colectivo de isla paradisíaca donde no hay más que playa, cuerpos bonitos y aguas cristalinas. Poniendo el ojo en la diferencia encontraremos la virtud.